sábado, 11 de julio de 2015

Des-aprender.



Déjate fluir. Déjate. Siempre fui de nudos y amarres, de martillo y piedra, de la que se convierte rápidamente en arena. Me sobra sangre por cada vena. Necesito nadar por ellas. Y montañas monstruosas a las que los martillos les hagan cosquillas. Pero ahora no necesito. Ando, y si la alergia regresa, estornudo, y sigo andando.

Siempre dejé de respirar cuando lo que se mueve en mi mundo es tan disfuncional a lo que se mueve dentro de mí, ello provoca que olvides cómo se absorbe el aire, por los pulmones, tomando parte de las sustancias que lo componen, expeliéndolo modificado y que tengas que volver a aprender a respirar, en definitiva, ¿aprender a (sobre)vivir?.

Andar, ver, respirar, asimilar, respirar, aceptar, respirar, seguir, respirar, respirar, respirar, respirar. Soltar un millón de nudos en un diafragma anestesiado no es tarea fácil… suspirar, placer, suspirar.

Me alegra saber que en el mundo del olvido también tiene cabida algo tan innato como el respirar, aunque no dejas realmente de hacerlo, simplemente comienzas a hacerlo indebidamente, comienzas a estrangular cada uno de tus órganos por la falta de oxígeno. Y la inconsciencia se apodera de todo un proceso que te convierte en piedra.

Remedio o cambio. ¿El remedio trae el cambio? o, ¿vuelves donde empezaste?, ¿de dónde huiste?, ¿para coger otro camino? o, ¿para andar lo andado?. Hiperventilas. Y dejas de respirar. Porque quizás dejar de preguntar sea la respuesta para volver a respirar, para todo o para nada. Sin preguntar la nada se vuelve la respuesta. Hiperventilas x2. Todo o nada. Extremo. Y vuelvo al eterno punto de partida. Y ahora decido dejar de respirar, pero no por mucho. Ni por nada. Plenamente consciente.

Intrusiones